La actual situación de pandemia del coronavirus, bautizado como COVID-19, ha hecho que nos cambie la manera de vivir, cómo nos relacionamos con los demás, nuestra forma de pensar e incluso de sentir. La primera muestra de este cambio empezó a evidenciarse solo en la primera semana de confinamiento. Los primeros 10 días de confinamiento fueron nefastos para toda la humanidad en general.
La prohibición de salir de casa hizo que estuviésemos siempre en el mismo espacio y con las mismas personas día tras día y esto produjo una angustia significativa. Muchas personas descubrieron que no viven donde realmente deberían vivir. Su propiedad se reduce a unos pocos metros cuadrados que, con un poco de suerte, incluyen un balcón, una terraza o un trocito de jardín, si es que se le puede llamar así.
Rápidamente su reacción fue buscar en el mundo rural una solución a este malestar. Buscar y mirar fincas rusticas, masías, casas de campo, terrenos agrícolas… mirar sus precios, comparar, preguntarse cuál sería su mejor ubicación para conciliar su vida laboral y familiar para mejorar su calidad de vida.
Todo ello, ha provocado que, mientras en la costa, los precios de las propiedades urbanas está bajando, en el mundo rural no. Este se mantiene e incluso muestra una ligra tendencia al alza. ¿Por qué? Sencillo, oferta y demanda.
Con la crisis sanitaria se ha evidenciado que vivir en una casa con un gran entorno para disfrutarlo es muchísimo más satisfactorio y llevadero que estar confinado entre cuatro paredes. El espacio vital es importantísimo y ahora las fincas rusticas, las masías y casas de campo están vistas con mejores ojos porque ha mostrado su gran valor: proporcionan libertad. Una libertad que es para ti y los tuyos una mejor salud.
Tu jardín, tu huerta, tu gallinero, tus árboles frutales, tus animales…. Tu pequeño mundo que de te brinda una calidad de vida que una casa o un piso no te pueden dar y ahora se ha demostrado con este confinamiento inacabable.